La mielofibrosis es una enfermedad considerada rara, porque afecta a menos de 5 casos por millón de habitantes1. Se produce por un trastorno en la producción de células sanguíneas en la médula ósea, que provoca la ‘cicatrización’ o fibrosis de la médula alterando la producción de glóbulos blancos, rojos y plaquetas.
¿Qué tipos de mielofibrosis existen?
Se pueden diferenciar dos tipos de mielofibrosis en función del origen de la patología:
Mielofibrosis primaria. Es aquella en la que las causas que provocan el mal funcionamiento de la médula ósea no se conocen. Tampoco se han identificado a día de hoy factores de riesgo de desarrollar este tipo de mielofibrosis.
Mielofibrosis secundaria. Es la que se desarrolla como consecuencia de otras patologías hematológicas, como pueden ser la policitemia vera, que se caracteriza por un crecimiento excesivo de glóbulos rojos que contribuyen a espesar la sangre, o la trombocitemia esencial, en la que crecen en exceso el número de plaquetas. Ambas patologías pueden dar lugar a la mielofibrosis secundaria.
Tanto la mielofibrosis primaria como la secundaria producen el crecimiento excesivo de fibras en la médula ósea que dan lugar a su ‘cicatrización’ y alteran la presencia de células sanguíneas en el organismo. Esta alteración provoca algunos síntomas característicos como la anemia o la esplenomegalia o agrandamiento de bazo. También pueden aparecer otros síntomas derivados de la inflamación.